Hay una historia acerca de un viejo filósofo y sabio, llamado Mencio,
seguidor de Confucio, que murió muy viejecito.
En el lecho de muerte alguien le preguntó que si le volvieran
a dar la vida, cómo la viviría.

El viejo sabio les dijo a todos los presentes :
Hay tres cosas que vigilaría, a las que estaría siempre atento, tres cosas
que alejaría todo lo posible de mi.

Estas tres cosas son: los deseos, la prisa y la seguridad.

Los deseos son arteros y complejos, decía.
Deberíamos poner más atención en las necesidades y menos en los deseos.

Y añadía:

Las necesidades son naturales, intrínsecas.
Los deseos son ficticios, vienen de afuera. No de la naturaleza.
Las necesidades pueden satisfacerse, los deseos no.
El deseo es una necesidad que se ha vuelto loca.
Las necesidades pertenecen al presente, los deseos al futuro.
Los deseos generan insatisfacción, se replican, crecen...
La necesidad es tener hambre y comer; el deseo es querer el cielo,
no pertenece al momento.
Los falsos predicadores condenan las necesidades y animan al deseo.

Todo esto pensaba Mencio sobre el deseo.

Y del deseo pasaba a la prisa.
La prisa es producto de uno o varios deseos.
Las necesidades están centradas en el presente, las colmas.
El deseo te hace correr hacia adelante continuamente; a veces con la mente,
y otras con todo tu ser.

Un auténtico sabio es el que sabe vivir el momento presente. No corre.
" Come cuando tengas hambre y convierte ese momento en celebración ", decía Mencio.

Todo el mundo tiene prisa.
¿ Dónde vamos con tanta prisa ?

Mencio en su lecho de muerte preguntaba:

" ¿ Sabéis de alguien que haya llegado a alguna parte ?
¿ Sabéis de alguien que haya sido feliz impacientemente ?
Y afirmaba:
Hemos oído de gente que ha llegado parando, despacio, pero nadie corriendo "

El deseo tiende a la seguridad.
Todo el mundo anda buscando seguridad, salir de la incertidumbre.
Pero si es así, ¿ no estaremos buscando un imposible ?
Porque la inseguridad es el alma más auténtica de la vida.
En la naturaleza no existe la seguridad.

Sólo la muerte que espero, decía Mencio, es segura.
La vida es insegura, por eso es valiosa.

Siempre algo que está vivo es cambiante.
Y siempre que hay cambios hay inseguridad, incertidumbre.

Contaba Mencio que no debemos entender
la seguridad como si de un niño antes de salir del útero de su madre se tratase.
Porque si se aferrara al útero no viviría nunca.
Allí respira la madre por él. Y le lleva el alimento con su sangre.
¿ Podrías imaginar un cielo mejor que el útero de la madre ?
No hay ruido.
Y cuando menos lo esperas llega el nacimiento.
¡ Hecho traumático !
El bebé abandona el útero, es expulsado, desterrado de la seguridad,
nace y vive por y para la inseguridad, ...hasta que muera.

La vida es peligrosa, pero ahí radica su belleza.
Es insegura porque la inseguridad es la naturaleza de todo.
Una flor de plástico no se marchitará, no pensará que su vida es incierta,
está ya muerta.

Si te están pasando cosas en tu vida incierta que te llevan a marchitarte,
vivelo, cambia y acepta el cambio.
Y si lo que te pasa es que estás floreciendo, también aceptalo y sigue cambiando,
en cuanto dejes de hacerlo empezarás a morir.

De todo esto disfrutaba este domingo pasado,
releyendo al viejo sabio Mencio.

Deseo, prisa y seguridad:
tres bloqueadores de la felicidad.