Ilustración de Francisco López

Según las religiones y los últimos avances de las ciencias,
incluso bajo la óptica de los viejos pensadores y filósofos, y de los no tan viejos,
profetas contemporáneos de nuestro devenir,
la clave de la felicidad no está tanto en las circunstancias externas
sino en nuestro interior.
Permítanme decirlo de otro modo:

... EN NUESTROS
PENSAMIENTOS

¿Por qué ante un mismo hecho a veces reaccionamos de diferente manera?
¿Por qué unas personas ante un mismo evento reaccionan de una manera catastrófica
y otras de una manera adaptativa, adecuadamente y sin machacarse?
¿Qué les hace diferentes?

Sólo una cosa: el modo en que gestionan la manera de observar la realidad
y los pensamientos consecuencia de esta observación.
Es decir, por la manera en que manejamos conscientemente nuestro

diálogo interior

Un suceso siempre provoca un sentimiento, aunque simplemente sea
para no darle importancia en ningún sentido.
Ahora bien concretarlo en algo positivo o negativo depende de nuestro
diálogo interior.
De cómo y qué nos decimos sobre lo vivido.

Un diálogo interior compuesto por pensamientos positivos genera un estado positivo.
Y si es negativo así mismo nos generará un estado negativo.
Ambos tipos de pensamientos suelen surgir de forma inconsciente.
Están ya automatizados en nuestro interior producto de nuestras vivencias
anteriores, de nuestras creencias, de nuestro conocimiento, ...
Y además suele conformarse en “círculos viciosos”:
cuando más ansioso estás más ansiedad te llega,
cuando más triste te sientes parece que todo son noticias tristes, etc...

La única forma de romper este círculo maligno es poniendo atención consciente
a lo que pensamos y desde ahí modificar nuestro diálogo interior.
Para ello conviene preguntarse con más frecuencia y en ciertas ocasiones
si el pensamiento que nos llega es producto de nuestra actitud irracional
o si está apoyado en hechos.

Ejemplo:

Un pensamiento de tipo: “Llevo diez entrevistas sin encontrar trabajo”,
puede ser un hecho cierto.
La interpretación del mismo: “No valgo para nada”,
ya es una conclusión traída de un pensamiento irracional exagerado y catastrofista ,
generado por una valoración negativa de un hecho,
pero no por el hecho en sí.

La mejor estrategia consiste en identificar los pensamientos irracionales negativos
analizarlos, ponerles freno y convertirlos en un diálogo interior positivo.
Y a partir de ese momento empezar a seguir buscando y accionando nuevos hechos.

Por otra parte, el diálogo interior negativo nos suele acostumbrar a viajar en la vida
bajo el estigma de una insatisfacción continua incluso en momentos de alegría;
lo cual es todavía más duro si cabe.

Recuerdo un amigo al que le tocó hace unos meses un premio de lotería
con el que ganó varias decenas de miles de euros.
Al felicitarle me dijo:
“Jo!, ...ya podía haber sido un 3 y no un 7 el número que iniciaba la cifra de mi cupón.
Ahora sería millonario”

En vez de estar contento porque con un juego de azar había conseguido más que durante varios años de dedicación profesional y mucho esfuerzo en su trabajo,
lo que echaba de menos y recalcaba con su lenguaje y con sus gestos era
LO QUE NO TENÍA; LO QUE NO LE HABÍA SUCEDIDO.

Pero ¿qué es lo que nos hace que miremos más la serpiente que la manzana?
Incluso cuando la manzana está en nuestra mano.

Quizás sea de nuevo la manera de enfocarnos sobre los hechos
y lo que de ello nos decimos.
No nos damos cuenta del poder del lenguaje.
A mi parecer es la clave de la felicidad.

Podemos atacarnos con nuestro propio pensamiento y enfocarnos en vivir
bajo la idea de lo que nos hace más desgraciados; a desear lo único que no tenemos.
A ser esclavos de un fatal síndrome de
inconformismo crónico y acelerado.
A no disfrutar de lo conseguido.
A entrar en la llamada neurosis por decapitación,
es decir,

A VIVIR
VIVIENDO
LO NO VIVIDO