¡No puedes vivir sin ti!
Obvio, pero obviado...
Si hay alguien que deba estar contigo todo el tiempo ese eres tu.
Al pensar en alguien al que queremos lo primero que nos llega a la mente es cuidarlo,
ofrecerle lo mejor, hacerle sentir bien, escucharlo, procurarle lo bueno,
ocuparnos de que todo le sea más fácil, compartir, hacerle disfrutar,
llevarle a lugares únicos, desconocidos, facilitarle las cosas, ofrecerle comodidad, ...
¿Y con nosotros mismos?
¿Es que no nos queremos?
¿No deberíamos hacer lo mismo?
Que buenos sería si me tratara como me gusta
tratar a estas personas a las que quiero.
O a veces, simplemente, como me gusta que me traten los otros.
Bajo esta óptica, no debería aceptar que la manera de vivir conmigo mismo,
(porque no se puede vivir de otra manera si no es con uno mismo aunque también vivamos ofreciéndonos a los demás),
consista en ponerme sólo a merced de los otros ,
en compartir conmigo lo que no me gusta, en hacerme sufrir, en pensar en negro,
en ofrecerme desilusión, en hablarme mal, en no darme confianza,
en no creer en mi magia, en hacerme sufrir, en ...
Para empezar a sentirme bien lo primero que debo es aceptarme como soy.
Este es el gran secreto.
Al aceptarme no me resigno.
Al aceptarme me doy el permiso de cambiar si lo deseo, desde la fe y la felicidad.
De explorar nuevos caminos. De aceptar que puedo errar. Y desde ahí crecer.
Así me perdonaré cuando me equivoco o cuando no me gusto.
Aceptar para cambiar no es paradójico.
Nunca empezaré a adelgazar si no acepto que estoy gordo.
Por eso defiendo el egoísmo necesario.
No el patológico. No ese que te hace perder.
No el que te enfrenta a los demás. No el envidioso.
No el del todo mío. No el del sólo para mi.
No me refiero al que se aleja del compartir. Al que va en detrimento de los demás.
Me refiero a ese egoísmo que, sin impedir relacionarnos
de forma sana con los demás, nos hace, al mismo tiempo, cuidar de nosotros,
valorarnos, estar pendiente de lo que necesitamos, ...
Es el mejor de los egoísmos:
con el que te das cuenta que tu eres el centro de ti mismo,
porque tú eres el centro de tu existencia.
Todo lo que puedas quererte a ti mismo es poco.
¡Hazlo!
¡Quiérete!
"Si yo no pienso en mi, quién lo hará”
dice el Talmud judío.
Autoestima y egoísmo han sido visto siempre como términos y conceptos
antagónicos, pero si miras el lado positivo de ambos descubrirás que
tienen cosas en común:
te permiten quererte, valorarte, reconocerte y ocuparte de ti mismo.
Cuenta una historia que había un señor muy poco inteligente
al que siempre se le perdía todo.
Un día alguien le dijo:
- Para que nos se te pierdan las cosas,
lo que tienes que hacer es anotar dónde las dejas.
Esa noche, antes de ir a la cama, cogió un papel y escribió:
“para que no se pierdan las cosas”.
Se quitó la camisa, cogió un lápiz y anotó:
“la camisa en el perchero”.
Se quitó el pantalón y añadió por escrito:
“ el pantalón en el pie de la cama”.
Se sacó los zapatos y volvió a escribir:
“los zapatos debajo de la cama”.
Y se quitó los calcetines y volvió a anotar:
“las medias dentro de los zapatos”.
A la mañana siguiente cuando se levantó buscó las medias
donde había anotado que las dejó y se las puso.
Los zapatos donde estaba anotado y se los calzó.
Lo mismo hizo con la camisa y el pantalón.
Y entonces se preguntó:
“¿Y yo, dónde estoy?”
Se buscó en la lista una y otra vez...
Y como no se vio anotado,
nunca más se encontró a sí mismo.
A ver si nos va a pasar como al de la historia, que sabemos donde están los demás,
las cosas que usamos cada día, pero no dónde estamos nosotros.
Y por no dedicar más tiempo a uno mismo,
vamos a dejar un día de encontrarnos.
Siempre intentamos saber sobre el lugar que ocupan otros en nuestra vida,
incluso podemos, en ocasiones, decir el lugar que nosotros
ocupamos en la vida de otros.
¿Pero cuál es el lugar
que nosotros ocupamos
en nuestra propia
vida?