Yo no aprendí a montar en bici porque alguien me lo explicase con palabras, ni con técnicas.

No fue un manual lo que me dio mi padre, ni un tutorial.

Aprendí porque él estuvo ahí, a mi lado.

Me sostuvo, con sus manos firmes, su presencia y su paciencia.
Me acompañó los primeros metros,
sintiendo mis temblores, mi torpeza, mi miedo.

Y cuando menos lo esperaba..., me soltó.

Pero no para dejarme solo y que tuviese mucho más miedo.
No por desentenderse.
Me soltó porque él sabía que, en ese momento, yo ya podía.
Porque vio en mí algo que yo aún no veía:
mi equilibrio,
mi fuerza,
mi impulso.

Y ojo, si me hubiera soltado antes, me habría caído.
Y si me hubiera seguido sujetando, nunca habría descubierto que yo era capaz.

Me soltó en el momento justo.
Ni antes, ni después.

Eso es acompañar. Eso es sostener. Eso es mentorizar.

El secreto, enseñar desde la practica, acompañando en las primeras fases.

Guiar no es cargar al otro en brazos.
No es empujar, ni soltar de golpe.

Es caminar al lado, estando presente pero sin invadir,
confiando en el proceso, hasta que el otro puede andar, o pedalear, por sí mismo.

Educar bien..., es saber cuándo dar la mano
y cuándo quitarla, dejar que el otro vuele sólo.


Pues, en la vida, pasa lo mismo.

Hay cosas que no aprenderás mientras sigas buscando 

a alguien que lo haga por ti.

Uno da su "salto" si se deja acompañar de forma inteligente.
Con un vínculo con el que debes ser sostenido. Y luego, soltado.

Acompañar no es intervenir.
Es confiar, en cada paso, en cada momento del acompañamiento.

Confiar en el maestro.

Es una forma de sentir que alguien te enseña, sin peso, de forma liviana.
El maestro está presente de forma suave, a la vez que firme.
Como una mano cerca, por si tropiezas…, pero sin invadir tu espacio.

A veces creemos, confundidos, que cuidar es anticiparse, resolver, proteger.
Sin embargo, la mayor parte de las veces, cuidar es no hacer nada.
Es respirar juntos, y reír. Mirar sin juicio. Sostener el silencio sin llenar los huecos.

Hay aprendizajes que sólo se hacen andando.
Tropezando. Levantándote. 

Acompañar no es salvar a nadie de sus miserias.
Es hacer descubrir  al otro que es capaz de salir por sí mismo.

Acompañar en el proceso de mejora de otra persona es un arte.
Uno que se aprende con humildad.
Con escucha. Con presencia.


Y con valentía, porque también hay que saber decir adiós, 
cuando ya no te necesitan como antes.


El verdadero amor por el otro consiste en confiar y en dejar ser.