Hoy más que nunca, el liderazgo se ha convertido en una pieza determinante para ayudar a las empresas a transitar por un universo líquido y formado por múltiples capas en el que nada es lo que parece. ¿Qué rasgos tiene ese nuevo liderazgo que se necesita para navegar por las turbulentas aguas del cambio como estado natural de las cosas?

Aunque los seres humanos no nos cansamos de afirmar que aspiramos a llevar una existencia gobernada por la seguridad, el orden y la estabilidad, los hechos contradicen esa visión, y demuestran que la humanidad está lejos de sentirse a gusto en esos estados de calma absoluta en los que apenas pasa nada. En cuanto sentimos que nos estamos aproximando a ese nivel de máxima quietud en el que encontramos equilibrio y nos sentimos en paz con nosotros mismos, buscamos mil y una maneras de complicar las cosas. Es entonces cuando la curiosidad nos impulsa a preguntarnos qué habrá al otro lado de aquella loma que delimita la última frontera conocida –ya sea geográfica o de conocimiento–, cómo podríamos hacer de una forma nueva y mejor lo que veníamos haciendo de otra o qué pasaría si, en lugar de seguir la rutina acostumbrada, eligiéramos un patrón completamente distinto e inesperado.

Esta tendencia al inconformismo crónico y al movimiento perpetuo del ser humano ha sido una constante a lo largo de la historia, y no es, en absoluto, algo negativo. De hecho, es una de las razones por las que nuestra especie ha evolucionado muy por encima de las demás. Pero ese estado de permanente inquietud también ha contribuido a hacer del mundo un lugar más incierto e inestable. Especialmente hoy en día, un momento de la historia en el que la incertidumbre se ha convertido en el estado natural de las cosas. Y es que, más que en una era de muchos cambios, nos encontramos en un cambio de era. La revolución tecnológica sin tregua, la pandemia, la guerra de Ucrania, las sucesivas crisis energéticas, económicas o sociales, las tensiones geopolíticas, la emergencia climática o una nueva sensibilidad laboral que traza nuevas formas de trabajar y de relacionarse son un mix demasiado potente y complejo para que pueda ser digerido fácilmente.

Esa extrema complejidad que lo tiñe todo, junto a la dificultad para comprender las nuevas coordenadas en las que se mueve el mundo –teniendo presente, además, que esas coordenadas pueden volver a cambiar mañana–, hace que hoy, más que nunca, el liderazgo se haya convertido en una pieza determinante para ayudar a las empresas a transitar por ese universo líquido y formado por múltiples capas en el que nada es lo que parece.

EL NUEVO LIDERAZGO

Conceptos como “flexibilidad”, “colaboración” o “integridad” se postulan como protagonistas en una era en la que el pensamiento disruptivo, el aprendizaje a través de la experimentación, la apuesta por la creatividad, la cooperación o la inteligencia emocional juegan un papel protagonista.

Como Leonardo da Vinci y aquellos genios multidisciplinares del Renacimiento, los nuevos líderes también deben hacer confluir en una sola mente y un solo corazón numerosas cualidades que son imprescindibles para conducir al éxito a una organización y a las personas que la integran. Estas son las claves del nuevo liderazgo empresarial, al que podríamos denominar liderazgo invisible.

Líder flexible
La flexibilidad es, probablemente, si no la principal, la primera cualidad que adorna al líder contemporáneo. Sin esa capacidad líquida para adaptarse a los continuos cambios que suceden a su alrededor –en el mercado, en la tecnología, en los gustos de los clientes, en las prioridades de los empleados y en la forma de relacionarse con todos ellos–, estaría perdido y completamente a merced de los acontecimientos.

En este contexto de permanente transformación, enrocarse en posiciones inmutables y enfocarse en “lo que siempre ha funcionado” es el camino más seguro hacia el desastre. Los líderes intransigentes que lo fían todo a la experiencia se sienten enormemente frustrados y desconcertados cuando comprueban que las viejas fórmulas que tantos éxitos les dieron en el pasado hoy fracasan estrepitosamente, porque mientras ellos han seguido inamovibles, el mundo ha evolucionado en muchas otras direcciones.

Mantener la cordura y la calma en este escenario exige una apertura de mente para la que no todo el mundo está preparado. El líder del futuro debe acostumbrarse a no dar nada por sentado, aprender a lidiar con el fracaso y entender que cada día trae retos diferentes para los que, probablemente, se necesiten soluciones completamente distintas a las conocidas.

Líder humilde
Esa manera de enfrentarse al trabajo diario, sabiendo que, como decía Sócrates, “solo sé que no sé nada”, es difícil de asimilar para una persona que ha sido designada para dirigir a otros y a la que, por tanto, se le presupone un cierto conocimiento del mundo. Requiere una enorme Humildad, con mayúscula. No humildad entendida en un sentido de modestia, sino humildad para admitir ante uno mismo y ante los demás que la mejor manera de afrontar una partida en el tablero empresarial es volviendo cada día a la casilla de salida.

La humildad del líder implica no contemplar el trabajo desde una atalaya de autocomplacencia, sino, muy al contrario, bajar al barro para enfrentarse a la realidad allí donde se está produciendo, en primera línea de combate.

También supone aceptar el error como una posibilidad no solo plausible, sino probable, y hasta deseable, en la medida en que cualquier equivocación abre una interesante posibilidad de aprendizaje.

Mantener el ego atado en corto facilita al líder una nueva forma de enfrentarse a su trabajo. Le hace consciente de que no está en posesión de la verdad y de que, de hecho, está muy lejos de saberlo todo. Y le permite vivir su día a día con una mente de aprendiz continuo, es decir, ávido de nuevos conocimientos y abierto a incorporar nuevas habilidades y formas de trabajar a su operativa. El líder humilde es una persona que trabaja permanentemente en estado beta, es decir, construyendo la realidad sobre la base del ensayo/error, iterando continuamente sobre la experiencia.

Esta forma de entender la labor diaria obliga a tener las antenas de la atención permanentemente desplegadas para captar las señales del entorno y tratar de hallar en ellas el germen de nuevas soluciones a los problemas.

Por último, el líder humilde sabe que no puede cargar el mundo entero sobre sus hombros. Primero, porque perecería aplastado por su peso, y, segundo, porque no sería nada operativo. Por esa razón, parte de sus responsabilidades consiste en invitar e inspirar a su equipo para que aporte valor y visión a la tarea coral y compartida que supone gestionar una empresa.

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