La jornada de cuatro días sigue revoloteando sobre nuestro sistema laboral como una posibilidad cada vez más real. El último empujón a esta revolución ha llegado en forma de anuncio, el de que el Ministerio de Industria, Comercio y Turismo destinará 9.650.000 euros a subvencionar a pymes de hasta 250 trabajadores que reduzcan a cuatro días la jornada laboral sin tocar los salarios. Otro signo más de que el Gobierno, que lleva meses impulsando iniciativas y proyectos piloto en este sentido, ve con buenos ojos la idea de optimizar los sistemas productivos a través de medidas de reducción de jornada.

¿Ser más productivos trabajando menos horas? Para algunos esa premisa es un oxímoron, algo inconcebible, desde el punto de vista del trabajo tradicional, ese que desde tiempos inmemoriales asimila productividad a tiempo trabajado.

Pero sí nos situamos en un plano más actual y desde una concepción más evolucionado de los sistemas de trabajo, la ecuación sí sale. En primer lugar, porque en la era de la digitalización del trabajo, de los modelos híbridos y de la flexibilidad laboral lo cuantitativo nunca va a ser más determinante que lo cualitativo. En ese sentido, el trabajo por objetivos a través de la fijación de unos indicadores claros, medibles, alcanzables y consensuados con el colaborador, es la vía que va a permitir desligar el desempeño laboral del reloj.

La ‘felicidad’ del trabajador es la otra gran variable que hace posible la jornada de cuatro días. No es ningún secreto que un trabajador satisfecho es un trabajador más productivo, o que el talento, la creatividad, el esfuerzo y la capacidad para sacar adelante desafíos laborales complejos es mucho más fácil que se manifieste en entornos de trabajo positivos o ‘fun’ que en aquellos en los que reina el desánimo y la falta de motivación. Y cuando se trata de satisfacción, el tiempo es un factor determinante: tiempo para conciliar vida personal y profesional, tiempo para dedicar a otros proyectos, tiempo, en definitiva, para uno mismo.

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