Si hay un sector que ha experimentado numerosos cambios en un periodo sorprendentemente corto de tiempo ese es el farmacéutico. Se podría decir que el mundo de los laboratorios fue uno de los últimos en incorporarse a las nuevas dinámicas provocadas por la eclosión de la digitalización y sus derivadas. Un retraso que resulta hasta cierto punto lógico si se tiene en cuenta que su modelo de negocio era uno de los más fuertemente asentados y de mayor éxito en el mercado. Estas credenciales generaron, inevitablemente, una serie de inercias que resultaba difícil romper por aquello de “¿por qué cambiar lo que funciona?».

Sin embargo, una vez superadas las reticencias iniciales, el sector ha aprovechado su larga tradición investigadora y su pedigrí innovador para actualizarse y recuperar con creces el terreno perdido, recorriendo en un lapso de tiempo muy corto el camino que a otros les le está llevando años completar. Una revolución que sigue su curso y que no afecta únicamente a los desarrollos tecnológicos, sino también a la organización interna de las empresas farmacéuticas y a sus sistemas relacionales.

Y es que, más allá de que haya seguido sus propios tiempos para abrazar el cambio, el sector farmacéutico ha sabido leer muy bien las nuevas reglas del juego que rigen los mercados actuales. Unas novedades marcadas, esencialmente, por las palabras complejidad y agilidad.

Respecto a la complejidad, ésta se aprecia con claridad en muchos aspectos relacionados con el modo en que la industria traduce en nuevos productos a las necesidades del mercado. La pandemia evidenció que era preciso incrementar la velocidad de esa respuesta porque la evolución de las patologías no esperaba a nadie. Como también quedó patente que los desarrollos de investigación que se prolongaban durante décadas en busca del gran blockbuster de ventas sostenidas en el tiempo tienen cada vez menos sentido.

El mismo mercado se ha vuelto mucho más complejo. A la clásica ecuación visitadores médicos-profesionales de la medicina se han incorporado numerosas variables con un enorme peso en las decisiones de prescripción y consumo de un determinado medicamento. Son los gestores sanitarios de las distintas administraciones, las compañías aseguradoras o los propios pacientes, cada vez más empoderados y con una actitud más activa respecto al cuidado de su propia salud.

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